Había una vez una niña, como cualquier otra niña; tenía la cabeza llena de curiosidad por todas las maravillas del mundo, llena de imaginaciones sobre las estrellas, llena de asombro por el mar; y todas estas curiosidades las compartía con alguien especial, un adulto que se encontraba en su vida que era muuuuy especial; le fascinaba encontrar cosas nuevas……. hasta el día que encontró un sillón vacío, aquel sillón que ocupaba ese alguien especial.
Entonces se sintió insegura y pensó que debía poner su corazón a salvo. Al menos por un tiempo. Así que lo metió en una botella y se la colgó del cuello.
Con esto las cosas parecieron mejorar. Pero la verdad es que ya nada era igual. Se olvidó de las estrellas …….. y ya no se fijaba en el mar.
Ya no tenía curiosidad por las maravillas del mundo y no prestaba mucha atención a nada …… excepto a lo pesada …… e incómoda que se había vuelto la botella. Pero al menos su corazón estaba a salvo.
Los años pasaron.
Nunca se le habría ocurrido qué hacer si no hubiera encontrado a una pequeña que todavía sentía mucha curiosidad por el mundo, una pequeña que le preguntó si los elefantes podían vivir bajo el mar. Antes hubiera sabido responderle a la pequeña. Pero ahora no. Le hacía falta su corazón.
Y en ese preciso momento decidió sacarlo de la botella. Pero no sabía como hacerlo; ya no se acordaba. Nada funcionaba. La botella no podía romperse; solo rebotó y rodó ….
justo hacia el mar.
Ahí la pequeña que todavía sentía curiosidad por el mundo, tuvo una idea que podría funcionar. Y resultó ….. que sí.
El corazón regresó a su lugar ……… Y el sillón ya no estuvo tan vacío.
Aunque la botella sí.